Mi mundo.

viernes, diciembre 31, 2010

Año nuevo, vida nueva en el 2011



Año nuevo, vida nueva.

Autor:  P. Mariano de Blas.



Empezar un nuevo año, como si fuera cualquier cosa, es una enorme torpeza. Un año de vida es un regalo demasiado grande para echarlo a perder.

¿Alguna vez has sentido en lo más hondo de tu ser ese deseo profundo y enorme de mejorar o de cambiar? Si es así, no dejes que el deseo se escape, porque no todos los días lo sentirás. Si hoy sientes esa llamada a querer ser otro, a ser distinto, atrápala con fuerza y hazla realidad.

El inicio de un nuevo año es el momento para reunir las fuerzas y toda la ilusión para comenzar el mejor año de la vida, porque el que se proponga convertir éste en su mejor año, lo puede lograr.

El año nuevo es una oportunidad más para transformar la vida, el hogar, el trabajo en algo distinto. «Quiero algo diferente, voy a comenzar bien; así será más fácil seguir bien y terminar bien. Quizá el año pasado no fue mi mejor año, me dejó un mal sabor de boca. Éste va a ser distinto, quiero que así sea; es un deseo, es un propósito, y no lo voy a echar a perder.

Tengo otra oportunidad que no voy a desperdiciar, porque la vida es demasiado breve».
¿Quién es capaz de decir: ¨Desde hoy, desde este primer día, todo será distinto¨? En mi hogar me voy a arrancar ese egoísmo que tantos males provoca; voy a estrenar un nuevo amor a mi cónyuge y a mi familia; seré mejor padre o madre. Seré también distinto en mi trabajo, no porque vaya a cambiar de trabajo, sino de humor. En él incluso voy a desempolvar mi fe, esa fe arrumbada y llena de polvo; voy a poner un poco más de oración, de cielo azul, de aire puro en mi jornada diaria. Ya me harté de vivir como he vivido, de ser egoísta, tracalero, injusto. Otro estilo de vida, otra forma de ser. ¿Por qué no intentarlo?”

En los ratos más negros y amargos, llenos de culpa, piensas: «¿Por qué no acabar con todo? Pero en esos mismos momentos se puede pensar otra cosa: ¿Por qué no comenzar de nuevo?».

Algunos ven que su vida pasada ha sido gris, vulgar y mediocre, y su gran argumento y razón para desesperarse es: «He sido un Don Nadie, ¿qué puedo hacer ya?» Pero otros sacan de ahí mismo el gran argumento, la gran razón para el cambio radical positivo: «No me resigno a ser vulgar; quiero resucitar a una vida mejor, quiero luchar, voy a trabajar, quiero volver a empezar».
Un año recién salido de las manos del autor de la vida es un año que aún no estrenas. ¿Qué vas a hacer con él? El año pasado ¿no te gustó?, ¿no diste la medida? Con éste ¿qué vas a hacer? Un nuevo año recién iniciado: todo comienza, si tú quieres; todo vuelve a empezar...

Yo me uno a los grandes insatisfechos, a los que reniegan de la mediocridad, a los que, aún conscientes de sus debilidades, confían y luchan por una vida mejor.

Todos desean a los demás y a sí mismos un buen año, pero pocos luchan por obtenerlo. Prefiero ser de los segundos.


Adios a la noche vieja Balance de fin de año. Sugerencias para despedir la Noche Vieja.  



* Amigos, les deseo lo mejor de todo. Que la bendición de Dios nos acompañe a iniciar bien este año nuevo 2011. Felicidades a todos.

Tomado de Motivaciones. org. (con algunos cambios hechos por mi)

miércoles, diciembre 29, 2010

La Iglesia sigue siendo lugar de la esperanza




Mensaje, hecho público el pasado sábado, que el Papa Benedicto XVI hizo llegar a los participantes del segundo Kirchentag ecuménico, que reúne a cristianos de distintas denominaciones y creyentes de otras confesiones sobre el tema de la esperanza.
Queridos hermanos y hermanas en Cristo,
        desde Roma saludo a todos aquellos que se han reunido en la Theresienwiese en Munich para la celebración litúrgica en la apertura del segundo Kirchentag ecuménico. Recuerdo con agrado los años en que viví en la bella capital de Baviera, como arzobispo de Munich y Frisinga. Dirijo, por tanto, un saludo especial al arzobispo de Munich y Frisinga, Reinhard Marx, y al obispo regional luterano Johannes Friedrich. Saludo a todos los obispos alemanes y de muchos países del mundo y, de modo especial, también a los representantes de las demás iglesias y comunidades eclesiales y a todos los cristianos que participan en este acontecimiento ecuménico. Saludo además a los representantes de la vida pública y a todos aquellos que están presentes a través de la radio y de la televisión. ¡La paz del Señor resucitado esté con todos vosotros!
        “Para que tengáis esperanza”: con este lema os habéis reunido en Munich. En un momento difícil, queréis enviar un signo de esperanza a la Iglesia y a la sociedad. Por esto os lo agradezco mucho. De hecho, nuestro mundo necesita esperanza, nuestro tiempo necesita esperanza. ¿Pero la Iglesia es lugar de esperanza? En los últimos meses nos hemos tenido que confrontar repetidamente con noticias que nos quieren quitar la alegría en la Iglesia, que la oscurecen como lugar de esperanza. Como los siervos del amo de la casa en la parábola evangélica del Reino de Dios, también nosotros queremos preguntar al Señor: “Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿De donde viene la cizaña?” (Mt 13, 27). Sí, con su Palabra y con el sacrificio de su vida, el Señor sembró verdaderamente buena semilla en el campo de la tierra. Ha germinado y germina. No debemos pensar sólo en las grandes figuras luminosas de la historia, a las que la Iglesia ha reconocido con el título de “santos”, o más bien, completamente permeados por Dios, resplandecientes a partir de Él. Cada uno de nosotros conoce también a personas corrientes, que no se mencionan en ningún periódico y que no cita ninguna crónica, que a partir de la fe han madurado alcanzando una gran humanidad y bondad. Abraham, en su apasionada disputa con Dios para salvar a la ciudad de Sodoma obtuvo del Señor del Universo la seguridad de que si hay diez justos no destruirá la ciudad (cfr. Gn 18, 22-33). ¡Gracias a Dios, en nuestras ciudades hay mucho más de diez justos! Si hoy estamos un poco atentos, si no percibimos sólo la oscuridad, sino también lo que es claro y bueno en nuestro tiempo, vemos como la fe hace a los hombres puros y generosos y les educa en el amor. De nuevo: La cizaña existe también dentro d la Iglesia y entre aquellos que Dios ha acogido a su servicio de modo particular. Pero la luz de Dios no ha declinado, el grano bueno no ha sido sofocado por la siembra del mal.
        “Para que tengáis esperanza”: Esta frase quiere ante todo invitarnos a no perder de vista al bien y a los buenos. Quiere invitarnos a ser nosotros mismos buenos y a volvernos buenos siempre, quiere invitarnos a discutir con Dios por el mundo, como Abraham, intentando nosotros mismos, con pasión, vivir de la justicia de Dios.
        ¿La Iglesia es por tanto un lugar de esperanza? Sí, porque de ella nos llega siempre de nuevo la Palabra de Dios, que nos purifica y nos muestra el camino de la fe. Lo es, porque en ella el Señor sigue donándonos a sí mismo, en la gracia de los sacramentos, en la palabra de la reconciliación, en los múltiples dones de su consolación. Nada puede oscurecer o destruir todo esto. De esto deberíamos estar contentos en medio de todas las tribulaciones. Si hablamos de la Iglesia como lugar d la esperanza que viene de Dios, entonces esto comporta, al mismo tiempo, un examen de conciencia: ¿Qué hago yo con la esperanza que el Señor nos ha dado? ¿Verdaderamente me dejo modelar por su Palabra? ¿Me dejo cambiar y curar por Él? ¿Cuanta cizaña en realidad crece dentro de mí? ¿Estoy dispuesto a desarraigarla? ¿Estoy agradecido por el don del perdón y dispuesto a perdonar y a curar a mi vez en lugar de condenar?
        Preguntémonos una vez más: ¿Qué es verdaderamente la “esperanza”? Las cosas que podemos hacer por nosotros mismos no son objeto de la esperanza, sino más bien una tarea que debemos llevar a cabo con la fuerza de nuestra razón, de nuestra voluntad y de nuestro corazón. Pero si reflexionamos sobre todo lo que podemos y debemos hacer, nos damos cuenta de que no podemos hacer las cosas más grandes, las cuales nos llegan como don: la amistad, el amor, la alegría, la felicidad. Quisiera observar también una cosa: todos nosotros queremos vivir, y tampoco la vida nos la podemos dar por nosotros mismos. Casi nadie, sin embargo, habla hoy de la vida eterna, que en el pasado era el verdadero objeto de la esperanza. Dado que uno no se atreve a creer en ella, es necesario esperare obtener todo de la vida presente. Arrinconar la esperanza en la vida eterna lleva a la avidez por una vida aquí y ahora, que se convierte casi inevitablemente en egoísta y que, al final, permanece irrealizable. Precisamente cuando queremos apoderarnos de la vida como de una especie de bien, ésta se nos escapa. Pero volvamos atrás. Las cosas grandes de la vida no podemos realizarlas nosotros, podemos sólo esperarlas. La buena noticia de la fe consiste precisamente en esto: existe Aquel que puede dárnoslas. No hemos sido dejados solos. Dios vive. Dios nos ama. En Jesucristo se ha convertido en uno de nosotros. Me puedo dirigir a él y él me escucha. Por esto, como Pedro, en la confusión de nuestros tiempos, que nos persuaden en creer en tantos otros caminos, le decimos: “Señor, ¿a dónde iremos? Tu tienes palabras de vida eterna y nosotros hemos creído y sabemos que eres el Santo de Dios” (Jn 6, 68s).
        Queridos amigos, os auguro a todos vosotros, que os habéis reunido en la Theresienwiese en Munich, que seáis de nuevo desbordados de la alegría de poder conocer a Dios, de conocer a Cristo y de que Él nos conoce, Esta es nuestra esperanza y nuestra alegría en medio de las confusiones del tiempo presente.
        En el Vaticano, 10 de mayo de 2010.

martes, diciembre 28, 2010

El amor como tarea, un reto para todos




Ficha del Documento: 28 de Diciembre de 2010
Card. Agustín García-Gasco Vicente, El amor como tarea, un reto para todos.


Las sociedades democráticas avanzadas aspiran a tener un rostro social, a realizar un eficaz ejercicio de la solidaridad que mejore la suerte de los más desfavorecidos. Con esta finalidad, las autoridades proponen políticas sociales en las que los ciudadanos se implican por razones humanitarias, y en las que la eficacia de la acción común se multiplica por efecto, tanto de una buena organización como de una inteligente coordinación de las iniciativas sociales y de los esfuerzos personales.
Entre las raíces de la cultura de la solidaridad se encuentra, sin duda, la predicación del Evangelio de Jesucristo y la acción caritativa de la comunidad cristiana. El amor al prójimo enraizado en el amor a Dios se presenta como tarea para cada cristiano y para toda la Iglesia. Se trata de poner en práctica el amor, de realizar un servicio comunitario ordenado. El amor como tarea necesita también de una organización.
Un estilo de vida, en el que la organización de la caridad siempre ha estado presente, es característico de la Iglesia desde sus orígenes. Benedicto XVI, en su Encíclica «Deus caritas est», nos recuerda que la comunión que caracteriza a la primitiva comunidad cristiana se concreta en que los creyentes tienen todo en común y en que, entre ellos, ya no hay diferencias entre ricos y pobres.
Igualmente, el Santo Padre señala que esta forma radical de comunión resultaba imposible de mantener conforme la Iglesia fue extendiéndose, pero que el núcleo central de esta comunión ha permanecido. En la comunidad de los creyentes no debe haber pobreza alguna que niegue a alguien los bienes indispensables y necesarios.
Este compromiso de comunión dio lugar a un esfuerzo organizativo de la caridad. En el Nuevo Testamento se recoge la institución del diaconado, cuyo cometido era velar por el justo reparto del suministro a las viudas. No se trataba de un mero servicio técnico de distribución. Se requería que fueran personas “llenas de Espíritu y de sabiduría”. Su servicio social era al mismo tiempo concreto y espiritual, pues se trataba del amor bien ordenado al prójimo.
La diaconía supuso la primera organización institucional de la caridad: el servicio del amor al prójimo ejercido comunitariamente y de modo orgánico. Se confirma como uno de los ámbitos esenciales de la Iglesia, con un cometido que se iba concretando según las necesidades detectadas: practicar el amor hacia las viudas y los huérfanos, los presos, los enfermos, los forasteros y los necesitados de todo tipo.
La diaconía fue extendiéndose a lo largo de toda la Iglesia. Cada monasterio y cada diócesis llegaron a tener su propia diaconía, a las que incluso las autoridades civiles les confiaban tareas de distribución entre los más necesitados. La figura de los diáconos santos, como san Esteban, san Lorenzo y san Vicente, quedó en la memoria de la Iglesia como expresión de la caridad eclesial.
Benedicto XVI extrae de estos datos de la historia de la Iglesia dos consecuencias fundamentales. En primer lugar, para la Iglesia la caridad no es una especie de actividad de asistencia social, que se podría dejar a otros; sino que pertenece a su naturaleza y es manifestación irrenunciable de su propia esencia.
En segundo término, la Iglesia es la familia de Dios en el mundo, en la que no debe haber nadie que sufra por falta de lo necesario. Al mismo tiempo, la propia dinámica del amor como agapé presente en la comunidad cristiana, supera los confines de la Iglesia y establece la universalidad del amor que se dirige hacia el necesitado, quienquiera que sea.
Los necesitados de nuestros días requieren cada vez más de nuevas ideas y de propuestas creativas, para responder a sus problemas y carencias. Saber enfrentar estos retos ayuda a crecer en su ser y en su misión, tanto a la comunidad cristiana como a las sociedades verdaderamente solidarias.
Las graves dificultades actuales en el acceso a la vivienda —que dificulta a los jóvenes que puedan fundar una familia con espacio para su crecimiento—, o la inestabilidad laboral que sufren trabajadores de todas las edades son cuestiones que a todos nos deben preocupar, pues generan nuevos pobres sin esperanza y truncan proyectos de vida familiar. Los católicos hemos de poner nuestro esfuerzo y empeño para bien de los más débiles e indefensos.
Con mi bendición y afecto,
Mons. Agustín García-Gasco Vicente,
Arzobispo de Valencia

lunes, diciembre 27, 2010

Tocare el borde de tu manto Jesús


Con solo escuchar el vídeo, te invita a la oración.Espero lo disfrutes.

Jesús en familia

Padre Antonio Díaz Tortajada. Lc 2, 41- 52 1. En este domingo de la Sagrada Familiala Iglesia quiere ante todo que volvamos los ojos al hogar de Nazaret para contemplar en él la humanidad de Cristo y contemplar el verdadero alcance de la encarnación del Hijo de Dios, en todo semejante a nosotros menos en el pecado. Cristo quiso nacer de María Virgen para que en su humanidad nueva, el hombre pudiera superar la condición pecadora del viejo Adán. Cristo es así el nacido de lo alto, no de la carne ni de la sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios, como nos dice san Juan en el prólogo a su evangelio. Nació de lo alto para recrear en su humanidad nueva nuestra humanidad pecadora. 2. - Jesucristo es para nosotros la revelación de todo lo que Dios es. Es en Jesús el Cristo que nosotros los cristianos conocemos de verdad lo que para nosotros es Dios. Pero Jesús revela a Dios justamente formando parte de una familia, en el seno de una familia, precisamente en su forma de vivir la familia. Si Dios es amor es en el lugar en el que primordialmente recibimos amor, la familia, en donde se nos revela lo que de verdad es Dios. Jesús demuestra en sus más de treinta años de vida ordinaria de trabajo manual, que las tareas más extraordinarias del mundo: Honrar a Dios, liberando a los oprimidos, se realizan viviendo a fondo la más normal vida familiar. Hizo lo ordinario de forma extraordinaria. 3.- Es en la familia en donde recibimos la primera revelación, y la más importante de toda la vida, de lo que es Dios. Si Dios es amor incondicional, es en la familia en donde por primera vez somos amados no por nuestros méritos, sino porque sí. No porque seamos bonitos, o inteligentes, o buenos o simpáticos, sino porque somos hijos. Y Dios es así. Y así es Dios. Dios no nos quiere porque nosotros seamos buenos, sino porque Él es bueno. En nuestra familia nos quieren como somos, igualmente Dios. Quien no ha tenido madre y no ha sido amado incondicionalmente, nunca sabrá o entenderá lo que es Dios por muchas explicaciones que le demos. Porque el amor no se aprende por razones, sino siendo amado y amando. Nosotros no amamos a nuestros padres porque ellos no tengan ningún defecto, nosotros no hemos escogido de qué padres nacer, los queremos porque son nuestros padres, y punto, o no los queremos. Una familia es una familia sagrada cuando en ella se ama a pesar de todo, como Dios. Familia sagrada es aquella en la que existe la revelación de la gratuidad del amor. Sólo el amor incondicional es revelación del amor de Dios. 4.- ¿Qué significa para nosotros la Sagrada Familia? ¿Una cosa rara? ¿Hemos hecho de la familia de Jesús una familia extraterrestre que no se parece en nada a la nuestra?, ¿Se parece en nada a las familias que sí existen a nuestro alrededor? Nadie se casa porque la novia o el novio no tengan defectos. Si hubiera que esperar o encontrar una novia o novio sin defectos para casarse, nadie se casaría. Tampoco uno se divorcia porque la esposa o el esposo tengan defectos; si sólo duraran los matrimonios en los que el cónyuge no tuviera defectos, no habría un solo matrimonio permanente. Sólo el amor hace posible la superación de los problemas matrimoniales. Sólo el amor hace posible que un matrimonio cumpla 25 ó 50 años de existencia. José, María y Jesús son el prototipo de familia y matrimonio que vive y perdura por amor y sólo por amor. Ellos son el ideal para nosotros. 5. - Jesús va al templo a tener su “barMitsvá” hebreo; tiene doce años y debe pasar a ser un adulto en su fe, según la mentalidad judía. El relato del evangelio tiene muchos más detalles teológicos que históricos. Según Lucas Jesús es hijo de Dios y, al mismo tiempo y sin contradicción para el evangelista, es hijo de María y de José. El mismo evangelista que dice que fue engendrado por obra y gracia del Espíritu Santo es el que dice:” Tu padre y yo te buscábamos”. Jesús no admite a nadie entre la voluntad de Dios y él. La primera frase que los evangelios ponen en boca de Jesús es para afirmar que Jesús sólo se siente en dependencia absoluta de la voluntad de Dios. La carta a los hebreos resume precisamente así lo que fue la finalidad de la vida de Jesucristo: “He aquí que vengo a cumplir tu voluntad”. El evangelio dice que en el templo Jesús estaba oyendo a los doctores y haciéndoles preguntas; todo eso forma parte de la ceremonia del “barMitsvá” de un joven hebreo a los doce años. La importancia en el relato no la tiene ninguno de esos detalles, sino las primeras palabras de Jesús en todo el Evangelio. El relato termina de una forma equívoca. La frase final de Lucas admite el sentido de que ellos no habían entendido lo que Jesús les había avisado. Supone la posibilidad de que Jesús hubiera avisado que se iba a quedar en el templo y que sus padres no lo hubieran entendido. Jesús estuvo, según este trozo hasta los años de su actividad pública, en Nazaret. Por eso a sus coterráneos les extrañará la sabiduría que va a mostrar. Si hubiera salido a estudiar fuera de Israel a nadie le hubiera extrañado la sabiduría que mostraba. Fuente: betania.es

domingo, diciembre 26, 2010

LA SAGRADA FAMILIA: "UN MARAVILLOSO EJEMPLO"

Catedral de La Almudena; 28.XII.03, 19,00h. (Si, 3,2-6.12-14; Col. 3,12-21; Lc. 2,41-52) Antonio María Rouco Varela Cardenal arzobispo de Madrid www.archimadrid.es Mis queridos hermanos y hermanas en el Señor: La Iglesia, nos invita hoy, en el día de la Sagrada Familia, a mirar a la Familia de Nazareth, la formada por Jesús, María y José, como "maravilloso ejemplo" propuesto por Dios, Nuestro Padre, a los ojos de su Pueblo. Así se desprende de la oración-colecta de la liturgia que sitúa esta Fiesta, tan significativa para la vida de la Iglesia contemporánea, en el contexto de la celebración del Misterio de la Natividad del Señor. Porque, efectivamente, es imposible abstraer el acontecimiento de la Encarnación y, sobre todo, del Nacimiento del Hijo de Dios de lo que significa la singularidad absolutamente única de esta familia: de la Madre María, Virgen Inmaculada y Purísima que concibe al Hijo de Dios por obra y gracia del Espíritu Santo cuando se haya desposada con José, y que da a luz a Jesús cuando ya ambos se hallaban unidos para siempre en un matrimonio totalmente virginal. En esa familia, sin par, considerada antes y después del parto del Hijo, nace y crece el Niño Jesús "en sabiduría, estatura y gracia ante Dios y los hombres" (Lc. 2, 52). A la vista del carácter innegablemente excepcional –digámoslo con toda verdad, sublime– de los rasgos que configuran lo más íntimo de la vida y misión de la Familia de Nazareth, es comprensible que se formule la pregunta de como se puede querer convertirla en modelo asequible a la familia normal: a la familia nacida de la carne y de la sangre, formada por pecadores, por hombres y mujeres sometidos a incontables debilidades y flaquezas, a los que cuesta tanto vivir la pasión como amor, el amor como fidelidad y la fidelidad como generosa donación mutua para la procreación de nueva vida. De hecho muchos se lo han preguntado y lo siguen preguntando. La respuesta no puede ser más sencilla: la Familia de Nazareth se constituye y forma en incondicional obediencia a la voluntad amorosa de Dios, dándonos a su propio Hijo al servicio de la realización en el tiempo de su último y definitivo designio salvador. El Hijo de Dios, autor de la vida, el vencedor del pecado y de la muerte, nos es dado a través de María, como Hijo suyo, uniéndose en cierta manera a todo hombre, por obra y gracia del Espíritu Santo en un acto de amor inefable que supera toda capacidad de comprensión humana. La fecundidad espiritual del matrimonio de María y José no podía ser ni mayor ni más sublime. Su amor no admitía otro modo de ser vivido y expresado que él de la unión virginal. La Familia de Nazareth abría así por esta vía sobrenatural el camino para la posibilidad de la experiencia plena del matrimonio y de la familia humana como santuario del amor y de la vida, venciendo todos los contratiempos y ataques de los que ha sido, es y será objeto en el futuro por parte de todos los que desconocen y/o menosprecian el Evangelio de la Salvación y de la Vida. El matrimonio y la familia necesitan más que nunca de la Sagrada Familia para reconocer eficazmente su propio origen, su sentido más íntimo y los elementos interiores y exteriores que los configuran según el plan de Dios, el Creador y Redentor del hombre. Por que no hay que olvidarlo: ¡el matrimonio, unido indisolublemente por el amor, el verdadero, el de la donación mutua de los esposos que florece y fructifica en la vida de los hijos, ha sido instituido por Dios y conformado por su Ley, la Ley nueva, Ley de la gracia, que posibilita su cumplimiento íntegro y gratificador! CUANDO SE IGNORA LA VERDAD DEL MATRIMONIO Y DE LA FAMILIA INSTITUIDOS POR DIOS LAS CONSECUENCIAS SON DRAMATICAS Ignorar esta verdad espiritual y moral, verdad constitutiva del matrimonio y de la familia, ha sido una tentación constante de la historia, agravada en nuestro tiempo hasta límites de una radicalidad insospechada. No sólo se afirma la competencia política, jurídica y cultural del hombre para modelar matrimonio y familia como materia sujeta a su libre disposición según criterios de un pragmatismo social, más o menos razonable, aunque tocado de egoísmo –lo que ha venido siendo habitual en las sociedades y comunidades políticas vertebradas por el laicismo agnóstico de los últimos dos siglos– sino que además no se vacila ante su completa manipulación. Al pretender equiparar a la familia, nacida y entrañada en el matrimonio indisoluble del varón y la mujer, a uniones de todo tipo, incluso, a las incapaces por naturaleza para tener hijos, se termina por la destrucción institucional sistemática de la célula primera de la sociedad. Las dramáticas consecuencias del rechazo del modelo de Dios no se han hecho esperar. Estan a la vista de cualquier observador y conocedor objetivo de lo que está pasando en el momento actual de Europa: sociedades avejentadas, amenazadas por una más que probable quiebra de los sistemas de su seguridad social, crecientemente insensibles a las exigencias de la solidaridad mutua, nacional e internacional, hoscas y sin pulso creador, en las que se multiplica el dolor y sufrimiento de los niños y de los jóvenes por las rupturas de sus padres y la pérdida del insustituible ambiente familiar que se crea y se recrea al calor del hogar paterno. LA RESPUESTA DE LA FE Y DE LA ESPERANZA CRISTIANAS El cuadro esbozado podría parecer sombrío, pero no falso o irrealista, capaz, por lo tanto, de estimular la respuesta de la fe y de la esperanza cristianas en la línea doctrinal y pastoral del Magisterio de los Papas de la primera mitad del siglo XX, recogida y renovada por el Concilio Vaticano II y presentada y actualizada con valiente y heroica clarividencia por Pablo VI y Juan Pablo II. Del Papa, que el Señor ha regalado a su Iglesia hace 25 años, procede esa fórmula humana y espiritualmente tan genial del Evangelio de la Vida que integra todos los aspectos de la visión cristiana del matrimonio y de la familia a la luz del Misterio de la Sagrada Familia. El que celebramos con nuevo gozo en este último Domingo del año 2003 junto a Jesús, María y José. El modelo al que los matrimonios cristianos han de dirigir una y otra vez su mirada si quieren acertar y avanzar en el cuidado de las virtudes domésticas y de su unión en el amor: en el suyo, el esponsal, y en el de sus hijos. Modelo para imitar pero, sobre todo, modelo que habrá de guiarlos y animarlos en el seguimiento y acogida amorosa de la gracia y la voluntad misericordiosa de Dios, revelada en Jesucristo. La oración frecuente en el seno de la familia, unida en el rezo del Santo Rosario a la Familia de Nazareth, les preservará de traiciones y desmayos y les impulsará al testimonio cotidiano en el que consiste la aportación específica de los matrimonios y de las familias cristianas a la Nueva Evangelización. Su contribución propia e imprencindible. La Iglesia no se encontraría en condiciones ni de experimentar hacia dentro de sí misma toda la riqueza del amor esponsal de Cristo, ni, por consiguiente, de llegar con la siembra del Evangelio a esos surcos donde se planta y crece la vida y el amor humano, sin el apostolado específico de los esposos cristianos. EL TESTIMONIO DEL AMOR FECUNDO DE LA FAMILIA CRISTIANA En una cultura como la nuestra donde se ensalzan y difunden con un despliegue publicitario sin precedentes modelos de conducta personal y colectiva, marcados por la ruptura de la relación "amor y vida" y por la subyacente banalización hedonista de la experiencia del amor, entre el varón y la mujer, cuando no de su inversión antinatural, reduciéndola a mero contacto sexual, sólo se abrirá paso la Buena Noticia del "amor que nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios" por el testimonio de vida de las familias cristianas y del tesoro del amor que encierran: divino -humano. El primer ámbito de verificación del mandamiento de ese amor del que nos habla la primera carta del Apóstol San Juan y por el que seremos reconocidos como discípulos suyos, es el de la familia, comunidad íntima de vida entre padres e hijos. Si falta el amor propio de los hijos de Dios en la constitución del matrimonio y en la formación de la familia, si falla en su realización práctica..., pronto se irá notando como se debilitan los lazos de la solidaridad humana y ciudadana y como se degrada y fractura la sociedad misma. Las familias cristianas se encuentran en la realización de su vocación enfrentadas a situaciones y retos sociales y culturales de enorme dificultad, desconocidos hasta ahora. ¡Cuántas familias numerosas, por ejemplo, han experimentado la desaprobación y el rechazo público por parte de ciudadanos que en definitiva van a depender en sus años de enfermedad y vejez de la contribución generosa de los hijos de esas familias en el sostenimiento de la seguridad social! En esta coyuntura histórica de tanta contradicción y perplejidad para la familia cristiana, ayuda especialmente el modelo de la Sagrada Familia y su experiencia singular de obediencia a la voluntad de Dios. ¡Cuánto sufrieron María y José al caer en la cuenta de que habían perdido a su Hijo en el camino de regreso de Jerusalén a casa y cuanto se alegraron al encontrarlo en el Templo sentado en medio de los maestros de la Ley! Las explicaciones del que ya era todo un muchacho, –¡explicaciones para asombro por las referencia divinas que contenían!– no las comprendieron de momento. Su madre, sin embargo, "conservaba todas estas cosas meditándolas en su corazón". El curso ulterior de los acontecimientos, que marcarían la vida de su Hijo hasta llegar a la Pascua de crucifixión y Resurrección, le irían desvelando cuanta razón tenía aquel misterioso Jesús de los doce años, que ella tanto amaba. ¡Fiémonos de los planes de Dios como Ana, la madre de Samuel, como María y José! Son los planes del Padre compasivo y misericordioso que nos ha salvado por su Hijo en el Espíritu Santo. Basta saber cual es su mandamiento y cumplirlo: "que creamos en el nombre de su Hijo, Jesucristo, y que nos amemos unos a otros, tal como nos lo mandó". Entonces "cuanto pidamos, lo recibimos de él". Sí, entonces, cuanto pidan las familias cristianas se cumplirá AMEN